Desde hace un tiempo la relación entre arte y violencia ha cobrado inusitado interés en Colombia. Se trata de un encuentro afortunado, pues durante mucho tiempo fueron disciplinas que apenas se tocaban; más bien marchaban paralelas. Ahora tengo la fortuna de escribir el prólogo de un libro que reúne textos que exploran, desde diferentes ángulos y con diferentes enfoques, la problemática relación entre algunas expresiones artísticas como el performance, las video instalaciones, la fotografía, la música y el teatro y ese fenómeno omnipresente que en Colombia hemos llamado la violencia.