Every international event raises questions about its scope, both temporal and spatial, and about the depth of its systemic impact. In the case of the Russia-Ukraine war, it did not begin in February 2022 with Russian aggression. It can well be said that one has to go back to the annexation of Crimea in March 2014 to place a more precise temporality. Thus, from a broader perspective, this conflict, with intermittences, is not on its way to two years, but to a decade. In relation to its spatiality, the new scale of the conflict as of February 2022 has global implications, not so much because of the scenario of the confrontation -at least for now restricted to the territory of the belligerents-, but because of the dimensions of the political and diplomatic deployment it has provoked: the overflow of its impact in areas that go beyond the war itself in a context of polycrisis and densely interconnected global risks, the intensity of its projection in the international institutional architecture and the relevant role played by non-governmental actors of diverse nature for some effects. The Ukrainian war can be characterized, then, as a rooted, multi-actor, multidimensional and hybrid global war (Malacalza, 2023). War conflicts between great powers have been the norm in the history of international relations and have played a definitive role in the evolution of the configuration of international relations.
Todo acontecimiento internacional suscita preguntas sobre su alcance, tanto temporal como espacial, y sobre la profundidad de su impacto sistémico. En el caso de la guerra entre Rusia y Ucrania, esta no comenzó en febrero de 2022 con la agresión rusa. Bien puede decirse que hay que remontarse a la anexión de Crimea en marzo de 2014 para situar una temporalidad más precisa. Así, desde una perspectiva más amplia, este conflicto, con intermitencias, no va camino de cumplir dos años, sino una década. En relación con su espacialidad, la nueva escala del conflicto a partir de febrero de 2022 tiene implicaciones globales, no tanto por el escenario de la confrontación —al menos por ahora restringido al territorio de los beligerantes—, sino por las dimensiones del despliegue político y diplomático que ha provocado: el desbordamiento de su impacto en ámbitos que van más allá de la guerra misma en un contexto de policrisis y de riesgos globales densamente interconectados, la intensidad de su proyección en la arquitectura institucional internacional y el papel relevante que para algunos efectos han desempeñado actores no gubernamentales de diversa naturaleza. La de Ucrania puede caracterizarse, entonces, como una guerra global enraizada, multiactoral, multidimensional e híbrida (Malacalza, 2023). Los conflictos bélicos entre grandes potencias han sido la norma de la historia de las relaciones internacionales y han ejercido un papel definitivo en la evolución de la configuración del sistema internacional. Pero la guerra en Ucrania, en la que se involucran las grandes potencias actuales —sin que pueda afirmarse sin reservas que se trata de una guerra vicaria (proxy)—, es algo que parece y puede diferenciarse de las guerras sistémicas, como las gue-rras mundiales, tal como se han producido hasta ahora.